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FATAL OBSESIÓN.

CAPITULO 2 TEMIBLE TENTACIÓN (Max).

Por: P. Sánchez

«Y allí estaba ella, bajando del segundo piso. Inocente con ese vestido de mujer adulta fingiendo ser una. Sus piernas largas y piel blanca me cautivaron por completo. La silueta delgada de su cuerpo, esos pechos pequeños, cayendo como dos gotas de agua gemelas que seguramente sabrían a gloria. Despeinada como la típica adolescente que es. Sus bellos y grandes ojos verdes que miraban con timidez. No tendría palabras ni poesía para describir a la bella ninfa postrada frente a mis ojos. Ni los mejores poetas autores de las mejores obras literarias tendrían las palabras precisas para describir a aquella dulce venus.»

Sarah había llegado una tarde a mi oficina pidiendo empleo al departamento de recursos humanos para una vacante de asistente personal. Había sido rechazada en otras empresas por su inexperiencia laboral. Madre de dos hijos sin trabajar, un mal curriculum, sin cartas de recomendación ni personas que le recomienden o alguna empresa conocida. Qué me hizo contratarla? Carmen, la mujer de 50 años de edad, del departamento de recursos humanos había comentado con otras dos empleadas más de la oficina en el pasillo de contabilidad la difícil situación que ésta presentaba. Su esposo la había denunciado por alcoholismo y se habría quedado con la patria potestad de ambos hijos tras el divorcio. No tenía dinero, ni familia en el condado como para poder recibir apoyo. Las deudas la embargaba y pronto quedaría en la bancarrota total. El poco dinero que su padre le había heredado antes de morir se había terminado y sin duda alguna no tardaría en suicidarse debido a la depresión que tenía.
Vaya que los chismes de pasillo te pueden presentar la vida de una persona en unos cuantos minutos. Así que sin que Carmen supiera tomé la solicitud con el nombre de Sarah y vi la fotografía, era una mujer joven, muy atractiva por no mencionar que quizá muy sexual según su apariencia. Se notaba a simple vista que era candente con rostro de no romper un solo plato. Quizá la pena y lástima vinieron a mi, queriendo hacer la buena obra del día. Me dirigí a mi oficina, tomé un puro, lo encendí y di una que otra fumada. Subí mis pies al escritorio y volví a pensar en esa mujer de la solicitud. Llamé a la oficina de Carmen y simplemente pregunté por el número de solicitudes que había para el puesto de asistente, el cual oscilaba entre los 16 y 24 queriendo el mismo empleo. Le pedí toda la papelería y sin mas ni menos al ver el rostro de esa mujer de labios carmesí la elegí.

-Carmen llame por favor a esa mujer y dígale que venga mañana a mi oficina nuevamente con sus documentos. Tendrá una entrevista personal conmigo. – exclamé en voz alta y de forma imperativa.
Hasta el propio rostro de Carmen me indicaba si lo que estaba diciendo era una broma, una mujer sin experiencia, sin recomendaciones, seguramente tendría que ser una broma de muy mal gusto y una vil injusticia para las demás solicitudes con un historial apto para el puesto. Quizá sólo esa cara bonita me hizo contratarla y ver lo qué pasaría con el tiempo. Al final qué mujer no sucumbiría por este puesto.
Al día siguiente ella se presentó impecable y puntual a mi oficina. Parecía actriz de telenovelas: una falda corta negra de gamuza con aberturas a los laterales, unas medias finas y delgadas en esas piernas hermosas y bien torneadas, cintura pequeña, busto amplio y firme en esa blusa color blanco de seda, cabellera larga, ondulada y oscura. Piel blanca y unos enormes ojos negros bien maquillados en conjunto del mismo labial carmesí. Su nariz afilada y el brillo de sus labios delgados destellando de forma tentadora . Tenía consigo un bolso de mano, viejo pero al parecer Gucci. Sacó del interior una carpeta con papeles en su interior y se presentó conmigo.

-Buenas tardes señor – Extendió su mano para saludarme.

-Buenas tardes señorita… – Dije esperando mencionara su nombre.

-Sarah. Mi nombre es Sarah.-Respondió mientras sonreía de una forma pícara elevando el lado izquierdo de sus labios rojos.

La entrevista terminó, efectivamente era una mujer sin experiencia alguna.

Estaba dudando de sí realmente debería o no contratarla. Al salir de la oficina se despidió como siempre de forma natural y despampanante. Recogió sus papeles y se dirigió a la puerta.

Un papel extraño se cayó de su carpeta. Omití el mencionarle que había caído una fotografía de su papelería. Así que en un movimiento con el zapato, escondí la foto bajo el sofá de entrevistas y nos despedimos.

Sarah salió de la oficina y yo no podía perder más tiempo en revisar qué contenía aquella fotografía. Al cerrar la puerta con seguro moví el sofá, tomé la foto instantánea de la pequeña criatura y empecé a idolatrar desde ese entonces al hermoso ser que se robaría mis sueños más húmedos. Era una niña de entre 12-13 años de edad, el paisaje no era muy llamativo, parece ser una fiesta de cumpleaños en el campo o probablemente en un simple jardín. Su cabello era largo, castaño claro y lacio. Unos ojos grandes verdes acompañaban su hermosa piel de porcelana. Delgada, nariz pequeña y fina, seguramente como la de su madre. Su mirada tenía cierta tristeza y se podría decir que hasta cargaba con algo que la afligía. Parecía que necesitaba protección. Era seguramente la criatura más hermosa que haya visto. Nunca había contemplado por tantos días una misma fotografía y menos de una persona desconocida. He visto mujeres hermosas, he estado rodeado de ellas todo el tiempo en las reuniones con empresarios pero ella, ella era diferente. Provocaba en mi una sensación de curiosidad. Verla por las noches me era placentero. No la podría llamar pedofilia, nunca me había gustado la pornografía infantil, siquiera pensar en eso me repugnaba. Pero esto, era distinto. Era una combinación de placer con curiosidad cada que veía su fotografía.

A los tres días de la entrevista con Sarah inmediatamente le pedí a Carmen que llamara a su número y le dijera que podía ocupar el puesto y presentarse a trabajar a la brevedad posible.

Dicho esto, Carmen atendió mis ordenes y al cabo de tres días Sarah empezó su nuevo empleo en mi oficina.
Le ofrecí además un salario mayor al prometido incluso en otras entrevistas con otras mujeres interesadas en el puesto. La verdad no sé porqué motivo lo hice pero así fue como ella llegó a mi vida.

Sarah atendía mis llamadas telefónicas, acomodaba el archivo y los expedientes. Llevaba el café a la oficina. La verdad hacía tareas insignificantes. Aún creo que el motivo de hacerlo era acercarme a ella para descubrir quien era esa pequeña de la foto. Quizá sólo un familiar. Nada fuera de lo común como para tener una fotografía en sus documentos. Aún así y con el paso de los años no devolví la fotografía. La guardé en un lugar especial y cerca de mi cama, en donde noche tras noche la contemplaba a la luz de la lámpara y cumplía mis más eroticas necesidades.

Estaba loco quizá. Probablemente había desarrollado una pedofilia, lo extraño es que sólo lo hacía con su retrato. No lo sabía ni quería buscar una explicación a mi obsesión. Al fin y al cabo sólo era una simple fotografía y esa hermosa adolescente era mi secreto sexual. No tendría explicación ni un porqué lo hacía. Sencillamente no hay palabras, solo lo plasmaba en mis necesidades de hacer lo que con mis manos hacía cada noche al verla.

En una de esas ocasiones ofrecí un evento de diversión para los mismos empleados. Recuerdo que un amigo y compañero de la universidad así como de algunos proyectos en mano, ofreció sus servicios como dueño del bar más importante de la ciudad. Por consiguiente se realizó esta pequeña e importante fiesta en los que fueron no solamente asociados sino los mismos empleados. Sarah llegó al evento luciendo un vestido rojo corto con escote en la espalda que llegaba a la cintura. Buen gusto para el cuerpo que tiene, en el que como siempre sale a relucir y destaca entre la mayoría de sus compañeras por su tremenda belleza y sensualidad.

Charlando con los demás empleados de servicio, no dejaba de meterme esa tremenda mirada, de esas en las que se deduce cuando una mujer busca diversión en brazos de un hombre. Una mirada sensual pero cubierta de sexualidad. Recuerdo bien esos labios humedecidos del coctel que bebía con descontrol.

Acercándose a la audiencia masculina presionando con sus propios brazos la intermitencia de sus senos dejando a la imaginación y el deseo de saber lo que escondía bajo ese tremendo escote. Era sin duda un espectáculo sensual con una mujer no solamente bella, despampanante o deseable, aunque para mí gusto seguía siendo únicamente sexual.

Pasaron las horas en las que la mayoría de los colegas comenzaban a retirarse, quedando pocos compañeros y entre las mujeres, sólo ella. Y allí estaba, sentaba en la barra del bar, bebiendo una Margarita a medio terminar. Dejando caer el listón del vestido dejando al desnudo su hombro izquierdo.
Charlando aburrida y sin sentido con el pobre e iluso cantinero. No supe con seguridad el tema de su conversación sólo comprobé que lo que charlaba o salía de sus labios escarlata eran boberías puesto a la expresión del rostro del pobre acompañante sentado al lado.

No puedo ni imaginar el sufrimiento auditivo que tendría ese pobre tipo, literalmente se estaba durmiendo. Ella, sin dudarlo seguía hablando sin parar, sin medir el aburrimiento que causaba no sólo al compañero de al lado, sino ahora también al cantinero.

Haciéndose señas entre ambos y viendo una estrategia de cómo retirarse y dejarla sola. Asunto de poca caballerosidad pero sin duda un posible escape a tal tortura. El empleado se levantó de su asiento y se retiró sin que la pobre de Sarah se hubiese dado cuenta de su retiro furtivo. El cantinero siguiendo su estrategia decidió ponerle fin a sus servicios, pero Sarah insistía en beber otra Margarita.
Cuando por fin dejó su terquedad e insistencia en beber me ofrecí a llevarla a casa. Tomé su bolso, la apoyé en mi brazo, ella estaba temblorosa, apenas podía caminar y cubriendo su cuerpo con mi saco la subí a mi auto y manejé hasta unas cinco cuadras del bar.
No sabía dónde vivía, ni cómo llegar a tal lugar. Me detuve al lado de la calle principal y tomé algunas de sus tarjetas del bolso. Sarah se había quedado dormida en el asiento. Lo que me faltaba!!
Que la pobre mujer se durmiera sin mencionar donde vivía!!!

Por fin vi una identificación y note su domicilio. La curiosidad entró en mi cabeza y decidí buscar más a fondo el contenido del apartado de fotografías de su cartera. Tenía fotos de un anciano, un niño de anteojos, fotos de un perro. Quien guarda fotos de un perro en su cartera?
Allí estaba la pequeña foto de una chica. Pero, no sabía si era ella. Sí, es ella. Es la misma de mi preciado tesoro, solo que diferente. Su cabello estaba diferente, incluso más largo, sus facciones eran maduras, si acaso dos o tres años más grande. Sí. Es ella!!
Cómo no identificar esa nariz pequeña, esas ligeras pecas sobre la misma, sus ojos. Esos ojos verdes. Los mismos de esa pequeña. Es y tiene que ser ella!!
Esa extraña emoción en mi interior, no era curiosidad o morbo, no esta ocasión, era el sentir que por fin había encontrado algo. Aquello que tanto tiempo espere encontrar. Pero ella quien era? Y Sarah porqué tenía esas fotos?
Carmen en medio de sus chismes había mencionado que Sarah tenía dos hijos, su curriculum decía lo mismo, sin embargo ella nunca lo ha mencionado desde que trabaja para mí hace tres años y no sé porqué lo ha ocultado.

Guardé esa nueva fotografía en el bolsillo de mi pantalón y así adquirí otro de mis tesoros, se podría considerar un préstamo.
Conduje hasta casa de Sarah. Y le ayudé a bajar del auto, sin embargo no soy un maldito patán que deja a una mujer sola en medio de la calle con el riesgo de que se caiga, además estaba ebria.
Me bajé del coche, la desperté y la apoyé en mí para meterla a su casa. Abrió como pudo la casa e insistió en que subiera, al fin y al cabo su hija estaba dormida y no escucharía nada.
Acabas de decir tu hija? Pensé, entonces esa pequeña es su hija. Al pasar hacia el pasillo y apoyar a Sarah en un sofá, un retrato a la mesa de centro llamó mi atención, era la misma pequeña, un poco mayor. Su casa aunque modesta era limpia, los muebles estaban en buen estado, algunos detalles quizá. Bueno, solo le puse un vistazo a su casa para ver el tipo de mujer que era Sarah, por lo visto era una mujer limpia y le gustaba el orden, lastima que no ponía orden a su vida y dejar de refugiarse el alcohol. A cualquier hombre le encantaría abusar del estado de ebriedad de una mujer para tener sexo, por fortuna no era lo mío

Sarah se sentó un momento en el sofá de su sala y comenzó a reírse pícara, abrió un poco sus piernas para seducirme y quitó sus tacones negros. El borde del encaje de sus medias se podía distinguir en esas piernas de diosa.

Aún así yo prefería seguir viendo el retrato que estaba frente a ella en esa mesa de centro. El contemplarla me era más placentero que mirarle las piernas. Aún así me pidió que tomará asiento junto con ella. Asentí y lo hice. Me senté junto a ella. Como un juego subió sus piernas sobre las mías y comenzó a hacer movimientos sensuales deslizando sus manos suavemente sobre esas medias de encaje. Retiro poco a poco esas medias como en una película de suspenso, en cámara lenta. Y a pesar de tener a la afrodita frente a mis ojos y sobre mis piernas yo prefería ver el rostro de esa pequeña a más detalle.
Pude notar que ella tenía más pecas de lo normal. Su cabello no era del todo castaño, tenía mezcla de cabellos rubios con castaños, como pigmentos de luz en el cabello, era natural por lo visto.

Sarah no dejaba de mover sus piernas sobre mi, pero el efecto era nulo. La verdad no me gustan las mujeres ebrias.
Mis ojos seguían fijos en aquel retrato.
Con sus brazos rodeó mi cuello y empezó a besarme en el rostro, cual si no supiera por su estado de ebriedad en donde se encontraban los labios. Yo no la detuve, dejé que siguiera con su ritual sexual sin apartar mi mirada de la chica adolescente del retrato, por un momento cerré mis ojos y al volver a abrirlos y mirar a Sarah, vi a la chica del retrato besarme los labios, la sensación era similar a la manipulación que noche tras noche hacía viendo su foto, esa foto que use por tantos meses y a la que le dedicaba cada masturbación.
La chica de mis fantasías que estaba frente a mí, tocaba mi pantalón con una mano y poco a poco fue bajando la cremayera de mis pantalones para meter su mano y mover el largo de mi dureza. Un gemido salió de mi garganta y pude tomar su rostro con mis manos para besarla con intensidad. Me pidió que subiera a su habitación, nadie nos escucharía. Yo accedí y subí a su habitación.

Lo hicimos como ladrones en la noche, con cautela y en silencio. Esto en verdad me estaba excitando. Abrimos la puerta de su habitación e inmediatamente inició el rito sexual: mi chica adolescente quitó su vestido, un conjunto de lencería cubierta de fino encaje negro que pegaba directo a su piel blanca, no logré resistirme el romper el sostén por el frente y ver la bella escultura bajo ese atuendo, pude ver esos bellos senos, su piel blanca cual porcelana y esos pezones pequeños, hermosos y bien definidos cual si esperasen a que yo los tocara. Con ambas manos tomé del manantial y bebí todo su extasis. Los gemidos salían de su garganta sigilosa y ardiente. Mi succión era cada vez más penetrante y con la lengua lamia las puntas de sus pezones. Eso le encantaba. Le rompí las bragas y la incliné de forma que pudiese ver su exquisito trasero.

Era glorioso ver la fina línea que marcaba su vagina y unía a su ano. Con el paso de mi nariz olí y aspire el delicado aroma de su vagina. Lo comprobé con el dulce sabor que emanaba, ese jugo entre salado y dulce de sus labios vaginales.
El gemido evocando al placer que le provocaba la humedecía aún más. Éxtasis de los dioses!
Ya estaba excitado.
Volteé su cuerpo vientre arriba y saqué mi pene de la cremayera, de por sí casi lo tenía afuera por mi estado excitatorio. Firme lo tome en mi palma, lo apreté un poco y lo estire algunas dos veces para aumentar el placer y mi tamaño. Lo pasé por la humedad de su vagina, suavemente rosé su clítoris y lo deslicé por toda su línea vaginal. El notar que se torcía de placer lo ponía más duro. Pero aún no era el momento de introducirlo. Lo deslicé por unos instantes más hasta ver que ella estuviera lista para mí.

-Pídeme que te la meta nena. – le dije deslizando con mayor rapidez mi pene sobre sus labios vaginales. Únicamente se escuchaba los gemidos salir de su boca, no emitía palabra alguna.

-Pídeme que te la meta – volví a repetir. Y ella accedió.
Tomó mi pene con sus manos y lo introdujo en esa deliciosa concha húmeda.

-Métela Máx. Métela duro y empujala. Hazme el amor. – fue su expresión sublime

La tomé por sus caderas y la atraía hacia mí pene, podía sentir esos arillos vaginales que tocaban uno a uno el largo de mi pene. Apretando y mojando a la vez. Ella se balanceaba a mí mientras yo hacía mi parte de empujarla con fuerza. Ya no podía detenerme. Eran movimientos rítmicos, ambos hacíamos poesía con el sexo rudo. Pude sentir como dentro de ella y en un profundo gemido que liberó de su boca, un río de agua tibia cubriendo mi pene, era tan agradable. Aún así, no me detuve, seguí empujando cada vez con mayor profundidad y fuerza, se empezó a tornar violento pero al parecer a ella no le importó sino por el contrario le seguía excitando, lo notaba en sus gemidos placenteros. Juntos movimos con fuerza y violencia la cabecera de su cama. Quien lo imaginaría. Mi chica de ojos verdes. Seguía gimiendo, mi perrita adolescente. Me pedía más y más con la mirada. Yo se lo dí hasta empujar una última vez mi pene hasta su cervix y venirme con ella. Fue la descremada más deliciosa que había tenido hasta el momento.

Cuando le pregunté si le había gustado, ella simplemente se quedó dormida. Mi pequeña muñeca. Sin embargo, al ver nuevamente su rostro, ella se había ido de mis fantasías, era Sarah a quien me había tirado.

Por un instante fue placentero, divertido y hasta me la creí. Haber tenido sexo salvaje con esa chica hubiera sido genial.

Me fui con un buen sabor de boca, aunque fantasía al fin y al cabo pero me agradó. Subí la cremayera de mi pantalón, tomé mi saco. No sin antes abrigar un poco a Sarah con las sábanas de su cama, era lo menos que podía hacer después de haberla follado.

Abrí la puerta y bajé los
primeros dos escalones. Escuché un ligero rechinar de la puerta, creí que era Sarah, pero al voltear, allí estaba ella vigilando desde la puerta de la habitación de al lado: estaba a gatas sin duda, la caída de sus senos se veía a simple vista en ese blusón corto que tenía puesto, no logré ver más detalles ni siquiera el bello rostro que me cautivaba. Sintió mi mirada puesta en ella e inmediatamente cerró la puerta.

Mi corazón se aceleró al mil por uno, la misma emoción y a la vez excitación, no sexual sino de emotividad. Bajé poco a poco los escalones pensando en todo: la primer foto y todas las noches placenteras que me dió , la adquisición de mi nuevo tesoro, la fantasía sexual y el privilegio de haberla visto aunque sea por unos segundos, todo en esa misma noche. Juro que jamás la voy a olvidar.

Subí a mi coche y manejé hasta el departamento. Al llegar recosté mi cabeza sobre la almohada y saqué del bolsillo de mi pantalón aquella foto y la contemplé por toda la noche.

Podría afirmar que esa noche no dormí absolutamente nada de tan solo pensar, imaginar y recordar a aquella chica. Comparado con el sexo que tendríamos ella y yo, Sarah se quedaría corta.

A pesar de estar exhausto por el cogidón que nos dimos tenía unos cuantos minutos para más, ahora mis dos tesoros cumplirían su respectiva función en esas fantasías letales donde mi pequeña niña y yo tendríamos sexo alocado.

Horas más tarde, a la mañana siguiente, día de descanzo, me levanté tarde, exhausto pero satisfecho. La noche había pintado fenomenal, había cumplido con otra más de mis fantasías mañaneras viendo la misma foto, ya no tenía límites de masturbaciones ahora con una foto actual. Podía sentir mayor placer ahora que la había conocido, sin siquiera dirigir una palabra.

El recordarla allí viendo curiosa lo que habíamos hecho su madre y yo, me resultaba excitante. Con la mano en mi miembro levantado cual dardo apuntando al techo y la otra sosteniendo su foto, dispuse a cerrar la vista para recordar la sensación nocturna de los genitales de Sarah. Aún sin desearla puedo decir que el sexo que tuvimos fue grato. Y más sabiendo que mi fantasía incluía a su hija.
El recordar su rostro, el rose de mi pene en su línea vaginal, era volver a repetir mis ganas de cogerla por la cadera y sumergirme en las cascadas tibias de su vagina. Quería oler sus fluidos vaginales, lamerlos y
beberlo de ser posible, quería tocar sus senos, tirarmela a la cama y hacerle de todo en cuanto a posturas y formas. Las técnicas más extravagantes y deliciosas las haría con ella.

Mi manipulación junto con mi fantasía se fueron directo al borde de mi mano, tibio y en abundancia. Terminó una fantasía húmeda más.

Miré el reloj y oh demonios!
Eran las 11:45 hrs de la mañana, algo tarde para mí. Toda la noche y mañana estuve masturbándome. Nunca me levanto tan tarde aún siendo días de descanso. Tomé el celular y revisé si había pendientes: cinco llamadas perdidas, ninguna de los socios, todas del mismo número.

Revisé una pequeña agenda que tenía de los teléfonos del trabajo y sólo esto me faltaba. Eran llamadas de Sarah.
No se cómo había conseguido mi número. Supongo que lo pidió a Carmen. Iba a poner en silenciador cuando suena el teléfono y era llamada de Sarah. «Si contesto ya no me la quitaré de encima. Si no lo hago, seguirá llamando», había una guerra en mi cabeza con ambas ideas. Se colgó la llamada y en cuestión de segundos nuevamente volvió a marcar. Respondí a su llamada, se escuchaba con resaca y mis ojos en gesto de fastidio de voltearon en blanco.

-Sí, diga? – respondí a secas.

-Hola, Max. Soy yo, Sarah. – Dijo en tono bajo y timidez en su voz.

-Hola, Sarah. – Que fastidio en verdad. – Dime, a tus ordenes – Cuelga por favor Sarah, y déjame en paz. No me interesa lo que vayas a decir.

-Sí, gracias Max. Quería disculparme por lo sucedido anoche. No sé, es decir… – Dijo titubeando. – No se como explicarlo. Quería disculparme por haberme comportado así de esa forma.

-De qué forma, Sarah. Disculpa no sé de lo que estás hablando?

-Bueno, supongo que es mejor no hablarlo por este medio. Podría verte el día de hoy y no sé , disculparme directamente contigo?

-Sarah, no hay de qué preocuparse. En verdad no sé de qué estás hablando. Solo te pusiste un poco ebria, te llevé a tu casa y fue todo. Te quedaste dormida en mi coche y te ayudé a subir a tu habitación. Descuida. – Respondí de forma que no continuara hablando más sobre el tema.

-Okey, supongo que mi sostén se rompió solo, también mis bragas y el semen que apareció hoy en mi coño también fue producto de mi imaginación verdad, Max? – Demonios, Max.

-Max, sigues en la línea?

-Sí, aquí sigo. – Respondí nervioso, esta mujer es más inteligente que bonita. Y yo soy un maldito estúpido, debí ponerme un puto condón. Ah claro! No tenía previsto cojerme a una mujer como Sarah. Pendejo!

-Max, podemos hablar en persona? Puedo ir a verte?

-Paso por ti en 40 minutos.

-Okey, gracias Max. – Colgó.

No cabe duda que hasta para tener sexo soy un verdadero pendejo. Dejé la evidencia y la dejé picada, va a ser difícil quitarla de encima. Si no fuera por su hija la habría mandado al diablo.

Pasé por ella fuera de su casa 20 minutos antes de lo acordado. Esperando quizá ver a su hija. Y efectivamente la vi a lo lejos. Caminaba por la calle en compañía de otra chica. Seguramente alguna amiga o algo por el estilo. Embobado con su delgada pero bella apariencia y soñar con ese caminar en cámara lenta: viendo como el viento jugaba con sus cabellos medio dorados, sus piernas largas, su sonrisa pícara e inocente. Era como estar soñando despierto.

Escuché como se abrió la puerta de mi coche y subió Sarah quisquillosa.

-Llegaste antes de lo acordado, Max. Que puntual.

-A donde quieres ir? – Dije fingiendo una sonrisa agradable.

-Me estás invitando a comer algo?

-Sí, así es. – Te hecharía pero bueno, no tengo otra opción.

-Gracias, Max. A cinco cuadras hay un restaurante de comida rápida. Vamos allí. – Dijo con esa sonrisa a medias, levantando sólo la parte izquierda de la boca.

-Okey. Vayamos. – Fingí nuevamente el gusto que me daba por salir con ella. Ni siquiera tenía hambre. Quería llegar a mi departamento a toquetear me o dormir, estaba desvelado.

Fuimos al restaurante donde dijo, nos sentamos en una mesa. Ella pidió una hamburguesa doble con papas fritas, una malteada de chocolate, un postre napolitano y yo simplemente un café.

Aunque no había bebido mucho, la falta de sueño me estaba atormentando la cabeza.

No hablamos del tema mientras ella comía. Sin embargo un pequeño desliz de su pie descalzo en mi cremayera bajo la mesa desechó mi cansancio.
No sé cómo pero era astuta. Mientras comía su hamburguesa de forma discreta había quitado su calzado para deslizarse frente a mi y tocar mi pene con los dedos de su pie.

Conocía su mirada, la misma mirada de ayer, sexual y salvaje. Mordía su hamburguesa mientras el placer debajo de mi pantalón quería explotar. Ella masajeaba cada vez más bajo la mesa. Con el temor que alguien la viera, quice moverme de lugar pero ella lo impidió. Me detuvo con el dorso de su pie.

-No te muevas, nadie nos ve en esta mesa. – Dijo con un tono sensual en su voz.

De forma cautelosa continuó su masaje con su pie izquierdo. El sudor de mi frente me decía que si ella seguía explotaría en cualquier momento. No sin terminar pero empezando a ponerme rojo de la piel, el momento fue salvado por la mesera que preguntó si se nos ofrecía algo más. Sarah respondió que no y dio las gracias.

Colocó su pie dentro del zapato y sonrió nuevamente de una forma perversa.

Esta mujer es el diablo encarnado. Un sucubo del infierno que viene a torturarme de la peor manera y en mi propia debilidad.

Salimos del restaurante, subimos al coche sin mencionar lo que había ocurrido, puse la llave tembloroso para hacer andar el coche y manejé en total silencio. No tenía nada que decir. Sarah sabía bien lo que había hecho y sabía que era una forma de complacerme. Me indicó que doblara a la derecha y me detuviera en el fondo del callejón. Obedecí como un niño obedece a su maestra y al detener el coche, su demonio interno se desató.

Se lanzó sobre mi para besarme, asunto que no resistí. Ya estaba demasiado excitado desde el restaurante. Metió su lengua en mi boca y mutuamente masajeamos y jugamos con nuestras lenguas.

Después de un rato de besos candentes, se dirigió a mi pantalón, bajó la cremayera y sacó mi erecto pene. Primero lamió el largo y después lo introdujo en su boca. Tibia garganta y profunda. Tomé su cabeza y la moví a mi antojo. Su lengua abrazaba a la perfección el largo de mi pene. Tomé sus cabellos y con violencia la empinaba sobre mi falo. Podía escuchar ese sonido de atragantamiento. Sublime.

Al parecer le gusta el sexo duro a esta mujer. Bueno hagamoslo a tu modo. La tomé con ambas manos y los movimientos eran rítmicos. Era una sinfonía de sonidos: el atragantamiento, su salíva escurriendo hasta mis testículos, el impacto de su boca con mi pelvis. Música para mis oídos. Un escalofrío recorrió por las venas de mi pene y le di a beber de aquello que ella también deseaba. Gustosa me enseñó el contenido de su boca y lo tragó.

Fue un sexo oral rápido, excitante y delicioso. La sensación de sentir que quizá te vean o te descubran. Vaya que Sarah sabe lo que hace.
Fui a dejarla a su casa. Se despidió de mí con un beso y regrese a casa.

Pasaron meses de nuestra relación secreta cuando una de las tantas veces después de follar sobre el asiento de entrevistas, ese mismo donde hace mucho tiempo la había entrevistado, me invitó a cenar a su casa.

Aunque no había olvidado a mi chica adolescente, ya no frecuentaba tan seguido la fotografía. Empezaba a follar a Sarah y terminaba exhausto, agotado. Nuestro sexo era realmente alocado y agotaba mis energías. Sabía que aún quería ver a su hija. Aún la deseaba con las fuerzas más íntimas de mi ser. Accedí a ir a su casa para quizá en uno de sus descuidos adquirir alguna otra foto para hacerla parte de mi colección. Llamó a su hija y le avisó que llegaríamos a su casa en dos horas.

Abotonando el frente de su blusa blanca, y colocando nuevamente la media de encaje de su pierna izquierda recién quitada por mí. Dejó los papeles de la reunión del día y se fue a su oficina a terminar de cerrar el turno. Nos veríamos en el estacionamiento e iríamos a su casa a cenar.

Nadie sabía de mi relación con Sarah. Supongo que Carmen sospechaba, pero aún así no había comentarios de pasillo o rumores del mismo. Éramos muy cautelosos. De allí el que no nos vieran salir juntos o siquiera dirigirnos la palabra en el trabajo.
Al terminar la jornada. Ella bajó al estacionamiento. Minutos más tarde llegaría yo, esto para quitar sospechas laborales.

Subió a mi coche y juntos llegamos a su casa. Era la segunda vez que entraba a esa descuidada fachada que llama jardín. Bajé del coche junto con ella y al abrir la puerta la madre que me parió.

Allí estaba ella, bajando del segundo piso. Inocente con ese vestido de mujer adulta fingiendo ser una. Sus piernas largas y piel blanca me cautivaron por completo. La silueta delgada de su cuerpo, esos pechos pequeños, cayendo como dos gotas de agua gemelas que seguramente sabrían a gloria. Despeinada cómo la típica adolescente que es. Sus bellos y grandes ojos verdes que miraban con timidez. No tendría palabras ni poesía para describir a la bella ninfa postrada frente a mis ojos. Ni los mejores poetas autores de las mejores obras literarias tendrían las palabras precisas para describir a aquella dulce venus.

Saludó con cordialidad, educada y fina. Como toda una princesa. Sarah parecía incómoda con su apariencia. Al parecer llevaba puesto un vestido de ella.

Sinceramente se le veía mejor a su hija. Ese vestido ya lo conocía y se lo había quitado varias veces.-Te pusiste mi vestido Jean? dijo en un tono de regaño.

-Lo siento mamá, quería recibirlos bien. – Respondió en acento dulce y obediente.

Seguramente quería sorprender a su mamá. Pero el sorprendido fui yo al mirar de cerca ese anhelado ángel que acompañaba siempre a mis sueños.

– Es un placer conocerlo señor, mi nombre es Jeanette, sea usted bienvenido.

-Gracias Jeanette, tu madre me ha hablado mucho de ti. – Le dije mirando más de cerca su rostro y pude notar que no llevaba consigo maquillaje, su piel era de porcelana como lo supuse y esas finas pecas que se difuminaban en su nariz hacían juego con el rosado casi rojo natural de sus labios. Era despampanante. Era admirable. No podía creer que después de casi transcurrido año y medio la volvería a ver. No podía sencillamente creerlo. La primera vez que la vi ella se había escondido de mí. La segunda vez al salir de su casa con su amiga y ésta tercera vez que tanto había deseado, estaba frente a mis ojos. A escasos dos metros de mi.

Cómo quería abrazarla y decirle palabras al oído. Quería besar esos labios gruesos y rosados. Anhelaba tanto tocar su piel. Había enmudecido en el momento y lo único que pude decir fue «adquiriste la belleza de tu madre», claro que sin duda alguna la superaba en virtud y belleza. Mi tan deseada pequeña.

-Pasa por favor Max, le avisé a Jean que vendríamos a casa, por favor ponte cómodo y siéntete en tu casa. Como puedes ver, mi hija es una chica talentosa para la cocina. Ella cocina cosas deliciosas y es maravillosa. – Sé que lo es, Sarah. Tu hija es maravillosa, es por eso que por tanto tiempo he quedado rendido ante ella.

-Bueno veamos que tal cocina.-Dije emocionado. Por fin comería algo preparado por ella.

Nos sentamos todos a la mesa, el arreglo era hermoso, esto jamás lo podría hacer Sarah. Ella sólo sabe follar bien. Pero no era mujer de hogar. Además tenía algo en el horno, no sé diablos qué era pero tenía un olor muy agradable. Tenía años sin oler comida casera. Algunas botanas acompañaban la mesa. Yo comería todo lo que fuere hecho por sus manos.
Sarah se veía feliz. Mientras ella y su hija charlaban a la mesa y contaban anécdotas de madre e hija, me tomé la libertad y con cautela de contar cada una de las pequeñas manchitas de su nariz. En total eran 37. Algunas no las distinguía a la perfección pero estaba seguro que era la cuenta correcta. Estaba idiotizado con Jean. Era mi sueño hecho realidad.

Al término de la cena, que fue una exquisitez, Sarah sacó de la alacena algunas botellas de vino tinto, dos copas y empezó a servir. Era vino barato pero al fin y al cabo vino. Como siempre y sin desconocer su mal hábito de la bebida, Sarah nunca cuenta con exactitud el número se copas que se bebe.

Empecé a notar ciertos comentarios como «Jean no será la mejor en la escuela pero al menos no se morirá de hambre ya que sabe cocinar», «Jean no es muy brillante pero es mi hija y así la amo», «Jean no es muy femenina, parece que parí a un niño». «Jean esto, Jean lo otro». Pude notar de cierta manera los comentarios despreciativos hacia su propia hija. Cómo una chica tan dulce puede soportar a una madre alcohólica? Cómo pudiste, Jean, soportar esos comentarios de tu propia madre?

Ella simplemente guardaba silencio, agachaba la mirada y de vez en cuando se reía de sus malos chistes sarcásticos. Que despreciable situación. En mi caso yo me hubiese retirado de la mesa y dejado a mi madre sola con sus comentarios estúpidos, pero ella sencillamente calló. Se notaba la diferencia entre ambas. Eran distintas hasta en la sencillez de su carácter. Pobre de mi pequeña. Tener que soportar la indiferencia de tu propia madre.

No sé si fue instinto paternal, ya que nunca he sido padre, o ese reflejo de protección. Las ganas de cuidarla y darle todo el amor que ella se merece y que seguramente ambos padres le habían negado. Descuida mi pequeña. Ese amor que tú necesitas lo tendrías y yo me encargaré de que tu vida a partir de este momento fuera diferente. Ella se hizo mi mundo, además de mi obsesión.

Me comprometí conmigo mismo a hacer que su vida tomara un rumbo distinto, se notaba a simple vista su inseguridad, yo me encargaría de cambiar eso y romper con toda timidez.

Sarah comenzaba a sentirse cansada y con el paso de las horas sin darnos cuenta se quedaría dormida en uno de los sofás, ese mismo donde la primera vez la dejé. Su hija fregaba los trastos. Cómo puedes, Sarah, hacerle esto a tu propia hija? La responsable de la casa deberías de ser tú. Deberías de dejar el alcohol y atender más a tu hija. A tu maravillosa hija. Era decadente la escena de Sarah. Sin embargo conveniente para mí.

A un lado del sofá, se encontraba un pequeño librero que no había visto antes con detalle. Un álbum de fotografías, al parecer un álbum familiar. Le heche un vistazo y noté que había efectivamente fotos de familia. Entre las cuales algunas de ellas con un tipo sin rostro, se lo habían retirado con unas tijeras.
Seguí hojeando el álbum y sin que Jean se diera cuenta tomé una de ellas. Está mal que lo haga. Pero ahora que te conozco Jean, no puedo dejar de idolatrarte. La metí rápidamente en el bolso interno de mi saco y volví despistadamente a hojear el viejo álbum. Todo pasó desapercibido y devolví el álbum a su lugar.
Sarah continuaba dormida en ese sofá y pude notar el rostro preocupado de Jean.

Puedes ser tan noble con tu despreciable madre?

Así que para calmar un poco su tensión, tomé a Sarah en mis brazos y subímos a su habitación donde ambos la cobijamos con una sábana. Así el gesto de Jean cambió de estar preocupada a aliviada.

Bajamos al primer piso y le agradecí su hospitalidad.Me ofreció un vaso con agua a lo cual negué, tenía que llegar a casa. No podía estar allí más tiempo con una adolescente, ahora ella era una debilidad más que una obsesión. Si me quedaba más tiempo la abrazaría contra mi pecho y le diría que todo estaría bien. Pero no era el momento adecuado ni las circunstancias. Ahora yo tenía otra misión con ella.

-Gracias por acompañarnos. Lamento que mamá se haya quedado dormida. – Dijo excusándose de algo que ella no hizo. Pidiendo perdón de una culpa que no debía cargar por un acto que no cometió. Mencionando que estaba cansada, sí como no. Cansada de beber. – Gracias por ayudarme a subirla. – Prosiguió.

– A ti te estoy agradecido por la cena, estuvo perfecta y deliciosa. Eres una chica talentosa, excepcional y bella además. Te estoy muy agradecido por esta noche.

Tomé su mano y la besé como todo caballero. Estaba seguro de mis palabras y también del impacto que tendrían en ella. Ya no estarías sola, Jean. Yo estaría allí para ayudarte en todo lo que necesites.

Salí de su casa, subí a mi coche y maneje hasta mi departamento. Me recosté sobre la almohada y saqué esa fotografía del saco. Jean, mi querida Jean. Sería justo tomar tu foto y junto a las demás hacer mi propio colage con todas las fotografías de ese álbum viejo y ponerlo en el techo arriba de mi cama, así te vería todos los días al anochecer y amanecer.

Esa noche, no hubo manipulación, no tuve sueños húmedos con ella. Al parecer la perspectiva de mis deseos se enfrascaban en protegerla. No niego que la seguía deseando con todas mis fuerzas, pero importaba más su felicidad que la mía. Importaba más mi deseo de protegerla y verla feliz, que mis ganas de tocarme viendo sus fotos.

A partir de ese día, me acerque más a Jean, me hice novio formal de su madre, nuestra relación seguía igual, claro. Sexo divertido y alocado. Pero era solo ente eso. No quité el dedo del renglón ni me salí de mis propósitos con Jean ni con Sarah. Pasamos un año juntos los tres como si fuésemos una verdadera familia. En mi trabajo ya se había rodado la noticia sobre mi relación amorosa con Sarah y yo no negué ni di explicación sobre el tema. Era irrelevante y sinceramente no tenía porqué dar explicaciones.

Mi amistad se acrecentó con Jean, no sólo me consideraba su amigo, sino su cómplice en confesiones. Yo sabía lo que ella sentía. Le afligía en gran medida su relación con Sarah, era como si esperara su aprobación para todo. Anhelaba ser el orgullo de su madre a como dé lugar. Para ello. Me esforcé el doble dejando de lado mis obligaciones en el trabajo para hacerla de padre con ella. Le ayudaba en sus deberes de la escuela y notoriamente mejoró sus calificaciones. Si en la cocina la veía estresada, le ayudaba con los platos. Compartíamos los deberes de la casa incluso. Pero aún así no quería que ella descuidara su persona por cuidar a su madre. No a esta edad de su juventud. Ella se merecía más. Así que le hice la invitación a Sarah de vivir conmigo en una casa que había recién comprado. Era amplia y tenía una alberca, así Jean tendría tiempo también de divertirse. Vivimos los tres como una verdadera familia. Mi papel de padre era placentera. Ganarme la confianza de Jean era el tesoro más grande, aún por encima de las fotografías que tenía guardadas. Quizá era el momento preciso de decirle adiós a mis fantasías sexuales.

Era lo mejor y por el bien de todos. Así Jean sería feliz. A ella no le hacía falta un hombre que la amara, el único hombre que ella quería que la amara era su padre y el muy bastado no se había asomado a su vida desde hace años.

Ella necesitaba un padre más que un amante o un hombre. Y aún con todos mis deseos reprimidos y guardados, yo mismo por amor a esa pequeña, sería ese padre que jamás tuvo.Experimentando este nuevo papel de padre y amigo de Jean, llegué a la conclusión de que lo mejor era retirar en definitivo mis sentimientos hacia ella. No necesitaba hacerle daño de esta forma. Ella me veía como a un padre, le hacía falta uno. Uno que le brindase lo mejor y que la protegiera. No uno que furtivamente la deseara y cumpliera ciertas fantasías.
Creí haber confundido mis sentimientos. Aunque aún el deseo de poseerla me perseguía, sabía que no del todo había desaparecido ese apetito y deseo sexual de tenerla en mis brazos. No para follarla, para eso estaba Sarah, sino para amarla, cuidar de ella, hacerla feliz. Realmente me importaba esta niña. No sé cómo rayos pasó esto en mí, solo apareció y no podía evitarlo.
Aún así mis escapes sexuales los desquitaba con Sarah. Ella estaba para complacerme en todo. A pesar de cumplir mis fantasías más enfermas o mis requerimientos más explícitos había algo que no me llenaba del todo. El sexo con Sarah era placentero, sucio, tan perverso y lleno de lujuria. Pero no lo sé, aún así y por muy perfecto que haya sido me hacia falta algo. No del todo me sentía satisfecho. Un hueco invadía mi vida y siempre que estaba con Sarah me atrevía a pedir más, le exigía más. No era justo tampoco para Sarah. Las últimas veces que tuvimos sexo, se empezó a tornar violento. Ya no solo la penetraba, el sexo anal se convertía en algo grotesco y muy cotidiano, empezaba a aburrirme la típica relación vaginal y anal. Ya me iba a los extremos, me atrevía a ahorcarla durante el acto, ciertas veces sin medida golpeaba su trasero con fuerza y/o la estrangulaba. Comenzaba a marcar ciertas partes de su piel, ya no era tan agradable el sexo para mí a menos que ejerciera algo de fuerza. Supongo que eran esos deseos reprimidos de hacerla pagar. Lo más preocupante es que no sólo lo hacía a voluntad, a Sarah le parecía gustar. Eso sí daba miedo. Tarde que temprano no mediría mi fuerza bruta o mis ganas de empeorar y hacerle un daño más profundo.

Por el contrario, cuando estaba con Jean me sentía tranquilo, había una paz que gobernaba el momento cuando la veía sonreír. Su sonrisa realmente me llenaba la vida, la violencia desaparecía. El protegerla, cuidar de ella, estar al pendiente en la más mínima de sus necesidades. Con ella sacaba al buen hombre que había en mi. Con ella no solo era buen hombre, buen ser humano y hasta había aprendido a ser un padre. Cambiaba mi actitud y procuraba hacer las cosas con rectitud.
Mantenía dos personalidades distintas en presencia de cada una por separado. Con Sarah era sucio, maligno y hasta perverso. Con Jean era casi un santo.
Tarde que temprano ese círculo tendría que romperse y tomar una decisión seria cuestión de deshacerme de una de las dos, obviamente ya había tomado mi decisión y claro estaba que tendría que buscar el pretexto perfecto para retirar a Sarah de nuestras vidas sin necesidad de retirarme de la vida de Jean.

Tendría que buscar una estrategia para que Jean también me elija. Soy su mejor opción. Yo veré por ti mi Jean. Yo te cuidaré y te protegeré. No te dejaré nunca. No como tus malditos padres lo han hecho. Yo no menospreciaré tus talentos.

Era esa guerra interna en mi cabeza. La batalla entre ambas ideas: seguir como estaba y fingir ser un padre para ella, continuar con Sarah, ó buscar la forma de deshacer mi relación con ella y quedarme con Jean, probablemente con una custodia. Aunque no era su padre iba a ser difícil lograrlo.
No sabía que hacer. Era una decisión que quizá marcaría la vida de todos.

Sin más preámbulo, Sarah me convenció de hacer una parrillada con algunos amigos y compañeros de trabajo.

Hicimos una carne asada al jardín, era una reunión familiar. Había entretenimiento para niños, las mujeres se ocuparían de su parte en la cocina, y los típicos adolescentes en la piscina. Aunque Sarah no era mujer de cocina, tampoco me iba a permitir que Jean lo hiciera, no esta vez.Le pedí que se divirtiera y se fuera a la piscina en compañia de sus demás amigos y amigas. Accedió a mi invitación, aunque al parecer Sarah no gustaba de mis ideas. Jean era una adolescente, no un ama de casa.
Yo no iba a permitir que Sarah la convirtiera en su esclava.

Pasaron las horas, los colegas bebíamos whisky, algunos cerveza, lo que hubiera en el frigorífico. Las mujeres empezaban a sentarse cerca de la piscina a lanzar sus mejores chismes de pasillo. Y entre los adolescentes allí estaba ella: divina y gloriosa. Con ese traje de baño no tan grotesco ni tan al desnudo. Uno decente pero que a pesar de no enseñar mucho, en ella se veía divino.

Su larga Cabellera entre castaña y destellos dorados cubrían su espalda y senos. Sus piernas largas, su cintura, su abdomen. Su hermoso trasero. Esos senos. Si seguía mirando caería loco a sus pies. A lo lejos sin malicia ella me saludaba con el desliz de su mano, su sonrisa cautivadora.

Había descubierto que estaba enamorado de ella. Realmente me encontraba hipnotizado desde años atrás. De todas mis necesidades, ella era la más fuerte.

Por fin se fueron la mayor parte de los colegas y solo quedaba Sarah por mujer y un compañero más. Daniel y yo hablábamos de lo afortunados que somos al tener esta vida. Si supiera que yo no soy del todo feliz.
Sarah sacó una botella y empezó a servir en un par de copas. Insistiendo e incitando a que bebiéramos junto a ella. Para cubrir las apariencias tuve que hacerlo.

Por infortunio y solo porque Daniel accedió a beber fue que tomé la copa de vino tinto y suspendí la de whisky no sin antes beberla de un solo trago.

Las horas fueron transcurriendo y con ello algunas copas. Al quedar sólo el jardín delantero, la piscina y toda la casa en general, el desastre lo estaba recogiendo la pobre de Jean.

Sarah le había dicho a Jean que se iría a dormir, seguramente se le subieron las copas. Jean estaba en el fregadero lavando algunos trastos. No me parecía pero la dejé hacerlo. No sé qué rayos tenía esa botella de vino tinto del 63 que empezó a nublar mi vista, solo un poco.

Jean se dirigió hacia mí con esos short cortos.
Para bajar un poco el alcohol me acerqué a Jean con un vaso de cristal para tomar agua de la llave. Al acercarme, ese aroma suyo que penetraba mis pulmones, era lavanda? Un olor a dulce, como ella. El olor venía de su cabello, probablemente el shampoo o alguna loción para peinar. Me detuve algunos segundos y cerrando mis ojos aspire con profundidad. Hueles delicioso Jean, podría comerte.

Supongo que Jean sospechó lo que estaba haciendo, así que para quitar la sospecha le pedí permiso para beber un poco de agua. Ella se paralizó por un instante.

La noche embargaba cada vez más con su oscuridad y el sueño en conjunto con el cansancio invadían mi cuerpo.

Podía ver aún el delgado cuerpo de mi muñeca terminando de recojer la cocina. Era una diosa. Malamente también pensé en Sarah, el simple pensamiento hizo que se borrara mi semblante y Jean se dirigió a mí.

-Puedo hacerte compañía?-Quizá me vio aburrido o algo por el estilo. Ella se notaba cansada.

-Claro, Jean. Aunque ya es tarde para ti. Quizá lo mejor sea que te vayas a descanzar. Ve a dormir. Fue un día largo.

-Sí quieres que te deje sólo, lo haré. – me dijo mientras se levantaba del sofá.

La tomé de la muñeca y le pedí que se quedara conmigo. Me hacia falta este momento a solas con ella. Sin importar si sólo me permitía contemplarla. Quería que estuviera conmigo.

-No, quédate Jean. Me hará bien tu compañía. En este momento no quiero estar sólo. Toma asiento por favor.El verla allí sentada, como me miraba con esos grandes ojos verdes, su linda naricita y esos labios que me invitan a besarla.

Basta Max! No puedes hacer esto. Sólo la veía, cruzarse de piernas con ese short medio roto y desgastado.

El momento se empezó a poner algo incómodo para ella. Pude notar como sus mejillas se ponían rojas, su respiración de cierta manera había aumentado. Conozco a mi Jean cuando está estresada. La vi levantarse de ese sillón y sin pensarlo la sostuve con ambas manos dejando de importarme que se cayera la copa del tinto. Tomé su rostro de niña con ambas manos y besé sus labios. Como lo supuse. Sabían a gloria. La miré por unos segundos y note algo extraño en sus ojos. Ahora ella me miraba de diferente forma. Que hiciste Max? Lo estropeaste.
Sin embargo ella tomó mi rostro y me invitó a besarla nuevamente como si estuviese esperando también por largo tiempo que este preciso momento ocurriera.

Se subió sobre mi cuerpo sentado, con las piernas abiertas una en cada lado, abalanzó su pelvis sobre mi cremayera y empezó a danzar ese hermoso trasero pegándolo a mi pelvis. Con mis manos moldee su figura de mujer, tocando por la espalda, luego su cintura. Cada mano terminó dentro de su short, bajo esa ropa interior, una mano en cada nalga. Toqué su piel tibia. Todo su ser desprendía un olor a dulce. Sus nalgas eran firmes, no podía terminar de rodearlas con mis manos. Saqué ambas manos, empecé a notar como Jean se torcía . Estaba excitada al igual que yo. Moría de ganas de comerme su zona más íntima.

Saqué mis manos y la cargué para apoyarla en otro sofá.

Quité los botones uno a uno de su blusa rayada, un pequeño sostén con pequeñas figuras infantiles. Lo retire y lamí sus pechos pequeños. Tomaba del maná de sus senos, ese pequeño botón al centro, duro, firme. Lo tomé con mi lengua y succioné de forma suave y delicada, apenas sentía el jalón de sus pezones en mi boca.

Mientras lo hacía, mi Jean presionaba con fuerza sus uñas en mi espalda. Arañaba pidiéndome con los movimientos de su cuerpo que no me detuviera. Y no lo haría.

Deslicé una mano bajo su ropa interior, con la habilidad de mis dedos la deslicé al lado izquierdo junto al borde de su short y pasé mi mano por toda su línea vaginal. Esa humedad que me enloquece. Desde su monte de venus hasta el ano, al llegar a éste tocaba con la yema de mi dedo medio en forma circular. Apenas rosándolo.

Regresaba a la inversa y desemboca a en su clítoris inflamado para hacer lo mismo.

Mi deleite más grande era ver como se torció al hacerlo una y otra vez. Mis dedos empapados del néctar de su vagina. Saqué mis dedos y probé. Amaba ese sabor a ella, único, ese olor. Mi deleite en cada dedo de mi mano.

Quité ese short que estorbaba junto con sus bragas de niña, sin dejar de mirar sus ojos verdes. Recorrí a besos cada centímetro de su pecho, su vientre, lamí el borde de su ombligo, bajé a su vientre y pubis, aspiré con profundidad el suave aroma de sus partes pudendas penetrantes a mi nariz. Fogosidad en mi falo erecto.

Besé la unión de sus muslos al pubis, pasé mi lengua creando camino hasta el inicio de su corta vellosidad. Conocía la vereda hacia su máximo placer.

Como pintor con pincel en mano, creaba una obra de arte con mi lengua trazando círculos en su chocha.

Abracé con mis labios ese pequeño órgano que sobresalía de entre sus labios y succioné de forma melodiosa.

La humedad de su concha aumentaba hasta mojar mi nariz, barbilla, mejillas. Era como nadar en medio de ella.

Su sabor era tan agradable así como ese olor característico a ella.

Moví mi lengua por todo el largo de esa fina línea de inicio a fin. Desde su clítoris hasta el borde de su ano. Acaricié éste último con la punta de mi lengua.

Con mis manos abrí más su trasero para facilitar e introducir mi lengua. Lo hice de reversa para introducirla en el medio de su clímax y noté una membrana envolviendo su vagina. Era virgen.

-Qué? – Exclamé con asombro.

-Qué sucede? – Dijo asustada.

-No creí que tú… – Estaba preocupado, mi Jean jamás había sido desflorada. Jamás había tenido sexo en su vida, su himen estaba inmaculado.

Cómo demonios le haces ésto a una chica pura? Sencillamente yo no podía corromperla, depravarla, hacerlo sería transgredirla. Sería incapaz de dañarla.
En ese preciso momento la culpabilidad y esa sensación de irresponsabilidad invadieron mi cabeza. Su mirada inocente, no podía hacerlo por muchas ganas que tuviera de penetrarla.

-Oh nena es que sencillamente no puedo, no soy el indicado. No puedo hacerlo. Perdóname por favor. – Quería que me tragara la tierra y me escupiera en lo más profundo del infierno por haber hecho esto.

Merecía la peor de las sanciones. Estuve a punto de llenar mis ojos de agua, sin embargo me tragué la culpa, solo la miré a los ojos pidiendo clemencia, perdón y lleno de vergüenza le volví a pedir disculpas.

Ella sin embargo tomó mis rostro y volvió a besar mis labios. Jean, mi querida jean. Mi pequeña doncella, mi princesa. Ahora mi inmaculada y pura chica. No tenía cara para voltear a verla. Me sentí terriblemente mal. Besé su frente y sin decir más palabras con un nudo en la garganta, abotoné nuevamente su blusa de rayas.

Me puse en pie y le pedí perdón. Tomé las llaves del auto y salí de casa.
Manejé hasta los límites de la ciudad, detuve el auto. Salí de éste y encendí un cigarrillo.

En qué demonios estabas pensando Max?

Que coño hiciste?

Eres el hijo de la gran puta que abusa de las menores vírgenes? Eso eres?

Dónde quedó tu respeto?
Dónde quedó tu amor a Jean?
Por qué la haz deshonrado?

Mereces el peor castigo!
No tienes perdón de Dios.

Lancé el cigarrillo a lo lejos y presione con mis manos el borde de mi nuca. Realmente me sentía culpable, mis demonios internos estaba torturando mi mente por no decir que lloré.

En pocas horas el sol saldría para reflejar un nuevo día, quizá una nueva oportunidad de remendar el daño ya hecho. Quizá era cierto. Necesitaba alejar mis sentimientos de Jean. Hacerlo era la mejor opción, esto evitaría dañarla. Yo jamás la dañaría. La amo demasiado como para hacerlo..

Afligido, regresé a casa. Por fortuna Jean se había ido a la cama. Subí los escalones y entré a la cama con Sarah. Al despertar todo sería distinto.

Me juré a mí mismo jamás volver a tocar el tema. Enterrarlo en lo profundo de mi ser.

Olvidarlo y quizá hasta abandonar esas ideas de algún día tenerla entre mis brazos para amarla. Dentro de poco, yo sería únicamente su padre. Ese es el papel que nos conviene a todos.
Me limitaría a eso y nada más. Lo siento Jean, es lo mejor para todos, sobre todo para ti.Al despertar, un poco tarde. Sarah había bajado a la cocina, no había música como de costumbre en la habitación de Jean. Bajé los escalones y allí estaban ambas. Mi diosa, cocinando. Sarah frente a ella, sentada en la banca de la barra.

Aquí estaba, fingiendo ser una persona diferente.

-Huele delicioso, tengo hambre. Que noche eh!!! Estuvo fantástico. Qué hay para el desayuno? – Lo siento Jean, es por tu bien. Realmente quisiera correr a ti y abrazarte tan fuerte, estrecharte en mis brazos pero no puedo.

-Buen día amor, te prepararé café. – Dijo Sarah más atenta de lo normal. Cariñosa y afectuosa.

-Hola Jean, buen día. Qué hiciste hoy de desayuno? Que sorpresa hiciste hoy? -Su rostro pálido, sus párpados estaban inflamados. Sé que lloraste Jean. Te conozco. Fue mi culpa y lo lamento. Aquí detendré todo esto, descuida amor mío.

Me dirigí a Sarah y besé sus labios, para después jugar con su cabello. Mire su rostro y sus ojos negros, tenía que fingir que era feliz con ella. Realmente nunca lo había intentado. La expresión de dolor de Jean se veía en sus ojos, lo siento. Sé que dolerá un poco pero con el tiempo lo olvidarás. Un olor a pan quemado invadió la cocina.

-Huele a quemado, Jean. – Le hice mención y casi pude deducir que quería llorar al decir su nombre. Cuánto lo siento amor.

Tomó una jerga para sostener el sartén y retirarlo del fuego, pero su expresión me dijo que algo salió mal. Corrí a ella, abrí la llave y puse su mano al chorro de agua. Se había quemado.

Cubrí su mano con una manta de cocina e hice presión. Por unos segundos vi su rostro y sus ojos estaban llenos de lágrimas, no era por el dolor que le había provocado el fuego.

Realmente ésto le dolía. Lo lamento tanto mi Jean. Lo entenderás con el tiempo.

No medí mis actos, ni las consecuencias de ello. Tenía que ser cauteloso. Así que dejé a Jean y me dirigí a Sarah, empezando a tratarla lo mejor que pude. Dije que iba a ser diferente y en verdad lo haría.

Desayunamos como toda familia normal y hasta empecé a jugar más con Sarah. Hacía bromas con ella sobre esa noche, mencioné que caímos ebrios juntos y que no recordaba nada. Con eso quizá Jean se convencería y lo olvidaría.
Después de este día, traté de ser mejor persona, buena pareja y ahora, un buen padre.

Charlaba cómo si nada hubiese pasado con Jean. Con todo el dolor de mi corazón mantuve mi distancia hacia su persona. Evitaba estar cerca de ella, hasta en ciertos momentos no estar a solas. Tenía que hacerlo por su propio bien.

Una noche, subí a su habitación. Tenía tanto tiempo sin hacerlo. Simplemente quería desearle las buenas noches, después de todo era como mi hija, se lo debía y tenía que hacerlo. La extrañaba tanto que quizá si empezaba a hacerlo de forma natural ella se acostumbraría.

Al entrar, caminé lentamente hacia ella, la vi hecha bola, esa posición fetal que acostumbraba al dormir. Allí estaba gloriosa nuevamente. Cuál bella ninfa durmiendo sobre su lecho. Y allí estaba yo, viendo su silueta femenina, preso de un sueño imposible e inalcanzable. Estaba postrada en la cama tan gloriosa. Tenía que controlarme. Así que tomé su sábana y cubrí su cuerpo. La abrigué y por un instante, sólo por un instante, me senté sobre su cama. Suspiré con profundidad y sentí su olor penetrante a ella, en mi nariz.

Ese olor a loción de sandía para niñas, que acostumbraba siempre después del baño. Ella huele demasiado bien. Su olor era embriagante. No tuve opción más que hacerme a la idea de que ella era inalcanzable. Besé su frente y cubrí nuevamente el resto de sus hombros. Acaricié sus cabellos, esos destellos de sol que cubrían unas partes de su cabello. Apagué la lámpara de su buro. Sarah me llamó y bajé a la primer planta. Adiós jean. Descanza mi princesa.

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